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El edificio se presenta como una pieza precisa y serena que busca su identidad desde la geometría y la repetición. En un entorno urbano consolidado, de densidad media y escaso carácter arquitectónico, el proyecto propone una operación rigurosa de orden, ritmo y profundidad.

La composición se construye desde una retícula de hormigón visto que envuelve la fachada como un velo estructurante. Esta retícula no se limita a organizar los huecos: actúa como marco de lectura, como estructura expresiva y como telón de fondo de la vida doméstica. Su presencia es firme pero no autoritaria, proporcionando una regularidad que da unidad a todo el volumen sin recurrir a la monotonía.

Dentro de esa matriz ortogonal, las terrazas se organizan en contrapeo vertical, alternando su posición planta a planta. Esta estrategia no solo genera un efecto vibrante en fachada, sino que permite considerarlas como terrazas descubiertas no computables conforme a la normativa local. Pero más allá de su lógica normativa, el contrapeo introduce un leve desajuste rítmico que activa la fachada: las sombras se desplazan, los límites se difuminan, y la arquitectura gana en vibración sin perder claridad.

Las terrazas aparecen así semiocultas tras el velo de hormigón, como espacios en transición entre lo doméstico y lo urbano. No son balcones adosados, sino vacíos tallados en la masa edificada. Su profundidad y proporción las convierten en verdaderas estancias exteriores: lugares para habitar, respirar, extender la vivienda más allá de sus límites interiores. Desde el exterior, estas terrazas aportan profundidad y juego de planos, dotando a la fachada de una vibración cambiante que dialoga con la luz mediterránea.

Este juego de llenos y vacíos, de ritmo y contrarritmo, culmina en el ático, donde el volumen se retranquea y libera amplias terrazas abiertas al cielo. Aquí, el lenguaje compositivo se amplifica, manteniendo el mismo módulo estructural, pero aligerando la masa y enfatizando la relación con el paisaje lejano.

En el interior, la arquitectura mantiene el mismo tono: sobria, cálida, precisa. El uso de materiales naturales, la luz tamizada, y una paleta suave de colores refuerzan la continuidad espacial entre el interior y la terraza. Las carpinterías desaparecen en el plano, y el umbral entre dentro y fuera se disuelve con una naturalidad casi imperceptible.

El resultado es una arquitectura de control y matiz, donde la estrategia compositiva no es un alarde formal, sino una respuesta sutil a la escala, al clima y al habitar contemporáneo. Una arquitectura que no reclama atención, pero que resiste el paso del tiempo con coherencia, dignidad y elegancia.