El edificio se sitúa en una parcela que forma parte en un territorio heterogéneo, a extramuros del recinto histórico y salpicado por la presencia de edificios aislados de escalas y funciones muy diversas.
Un edificio que aloje el Archivo Nacional podría entenderse como un gran contenedor, un inmenso cofre, una caja fuerte que alojase en su interior el patrimonio cultural, la memoria colectiva de una comunidad. Esta ha sido la imagen deseada para nuestro edificio: un volumen compacto pero fragmentado, cerrado pero manteniendo una discreta relación con su entorno, unitario y ensimismado, que guarda en su interior el valioso tesoro allí depositado.
La propuesta plantea un sistema de módulos que se suman, se deslizan o se superponen en una acción de colonización progresiva de la parcela.
Estos módulos se agrupan y aproximan con el objetivo primero de dar respuesta satisfactoria al programa de usos, pero sobre todo con la finalidad de crear espacios interiores cualificados.
La propuesta rechaza por tanto, la idea de entender el Archivo Nacional solo como un silo de documentos, como un almacén de estanterías, proponiendo, por el contrario, un edificio significado por su espacio interior. Un espacio fluido y continuo definido esencialmente por un vacío que transita verticalmente todos los niveles, en el que la luz natural, como no suele ser habitual en edificios de esta naturaleza, asume un papel decididamente protagonista.
El revestimiento exterior de todo el edificio se resuelve con piezas cerámicas de tradición local. Una delicada envolvente de lamas verticales, que se abren o cierran según convenga al programa, y que permite unificar todas las fachadas del edificio, bien sean aquellas que corresponden a los archivos como a las más transparentes de los módulos de oficinas.
Una envolvente de un material único pero al mismo tiempo y en función de las condiciones climáticas, ofrecerá imágenes diversas y cambiantes haciendo participe al edificio del ambiente natural.
Eng